martes, 10 de julio de 2012

Los sin papeles

Somos una familia al margen de la Ley y a mí esto me da muchísima pena. Sobre todo cuando voy a casa de mis "suegros" y veo sobre el aparador las fotos de las bodas de todos mis "cuñados" con sus marcos de plata relucientes. Y de los bautizos de sus retoños con sus flamantes vestiditos de Cristianar.

Y nosotros, nada.

Somos unos jipis amancebados que procrean en el libre albedrío y condenan al pecado eterno a su hijita sin cristianizar sin una miserable puntilla que llevarse a la cabeza. Y esto es triste, señores.

Bueno, está bien. Lo del bautizo me vale madres, más que nada porque dudo mucho que nos dejaran entrar a la iglesia, dada nuestra conocida aversión a la institución que dirige el jefe de los inquisidores. Pero lo de la boda no se lo perdono a mi costillo.

Yo, que desde niña albergaba la secreta esperanza de ser como Elizabeth Taylor y coleccionar maridos como el que colecciona figuritas del Kinder Sorpresa. Yo, que me veía no teniendo que trabajar en la vida merced a unas buenas y nutridas pensiones compensatorias de mis muy ricos y generosos maridos.

Pues yo voy a cumplir 43 años mañana y aún sigo descasada. Y así no vamos a ninguna parte.

Ya sé que tampoco lo pongo fácil porque yo o me caso en Las Vegas o nada. Una no puede entrar en la categoría del olimpo de las mujeres casadas por la puerta pequeña, onda un despachito de ayuntamiento cualquiera o una iglesia rural, aunque sea en los Jerónimos.

Y claro, mi mancebo dice que como perdí tantos años de mi vida con novios pobretones pues ahora no nos alcanza ni para la camisa de chorreras.

La Lola todavía es pequeña para que ande reclamando contratos entre sus padres, pero yo, por si acaso, por las noches cuando la acuesto le doy una estampita de Elvis para irla mentalizando.

En la foto, mi prima Paca que se casó en Wisconsin. Allí también saben celebrar una boda como Dios Manda, así como mantener a sus maridos a raya.

Que sirva de ejemplo.