miércoles, 1 de agosto de 2012

Vacaciones en familia: estilismos

Queridos todos;

Continuamos esta importante labor didáctica con esta nueva entrega dedicada a los estilismos vacacionales, asunto éste al que no se concede la importancia debida y, amigos, alguien tiene que hacerlo, que luego me vais de aquella manera y acabáis de fondo en las fotos de cualquier veraneante de bien para risión de sus amistades.

De todos es sabido que cuando se vacaciona, el viajero de mente abierta tiende a la mímesis ambiental. Mucho cuidado con esto.

Es sin duda síntoma de adaptación e inteligencia el hacer nuestra esa máxima de "donde fueres, haz lo que vieres". Y si una se larga a una casita a rural a los Pirineos Oscenses, por decir algo, rodeada de matojos y piedras como buzones de correos, no tiene sentido que me vaya con los stilettos de Jimmy Choo a buscar el pan a la tahona de la señá Engracia  por un caminito de terracería.

Si te vas al campo, los estampados de leopardo y las sedas nos las dejamos en casa. Una cosa es ser elegante y otra, imbécil. 

Pero no sé si ustedes se han dado cuenta que a veces, el viajero llegando al lugar de destino sufre una especie de mutación que le invade el cuerpo y el sentido estético y se lanza como un loco a las tiendas locales a comprar lo que ve que se lleva en la calle. Este mal es especialmente virulento en las zonas de playa ya que está demostrado que la conjunción del yodo con el plancton marino atrofia el área cerebral del buen gusto. Esto es así, amigos  y ustedes lo saben.

Que no de un paso al frente aquel que no haya sucumbido a la estrafalaria y chirriante moda de la camisa jaguayana adquirida preso de un loco frenesí en alguna tienda de souvenirs con cartelicos en varias lenguas. O tú, joven fashionista, dime que nunca compraste aquellas horripilantes sandalias con pedrería porque las veías por todos lados en todos los pieses y en todos los comercios y no supiste resistir su atracción y tal cual regresaste a tu cálido hogar, las contemplaste avergonzada musitando un "¿en qué demonios estaba yo pensando?, cómo me vean mis amigas¡¡".

Todo el mundo tiene un canotier de París, un sombrero mexicano, un bolso de flecos de plástico (con lo mono que parecía en Ibiza) o una camiseta con una leyenda borderline que nos parecía graciosísima y ahora sirve de trapo.Tranquilos. A todos nos ha pasado alguna vez.

Pero ahora, queridos pececillos, tenemos una responsabilidad con consecuencias. Una responsabilidad que imita, copia y pide responsabilidades de cada acto nuestro. Y como nos equivoquemos, ya no será suficiente con esconder aquello en el trastero o donarlo a la caridad. Nos van a pasar factura y nos lo recordarán en el momento menos adecuado, por ejemplo, ante tu reunión de amigas megapijas que trabajan en la revista de moda más chupiguay.

Y me refiero, claro, a nuestros hijos.

Háganse un favor y esténme agradecidos de por vida por este sabio consejo que les doy. Midan con lupa las compras que hagan en su lugar de vacaciones. No se mimeticen en exceso. Su pareo, su bañador, su beachwear, sí. Pero comprado esa boutique mona y estilosa de nuestro lugar de origen, de confianza. Nada de locuras consumistas con el cerebro anegado en yodo criminal. Ni microshorts de vinilo blanco, ni sombreros texanos en Mallorca, ni marido con camiseta Chuecalovers con gafas flúor, por favor.

Si no logran resistirse, recuerden que es de vital importancia deshacerse de todo antes de regresar a casa, borrar toooodas las fotos y vídeos, y dedicar varias semanas a borrar de la momeria de sus vástagos cualquier dato que les recuerde que ustedes, sí, ustedes, una vez fueron horteras.

Suerte, amigas.

En la foto, la familia Menéndez-Ramos aquejada del maldito virus en grado extremo, si hasta cara de granjeros se les ha puesto.